viernes, 13 de noviembre de 2009

Muestra anual!

jueves, 12 de noviembre de 2009

YAMATO AWAKE: EXPERIENCIAS SOCIOLÓGICAS EN PRIMER GRADO


El 19 y 20 de septiembre fueron jornadas extrañas en Club974. Para ser eufemísticos, digamos que extrañas. San Telmo se inundó de adolescentes vestidos de las formas más estrambóticas para el ojo del ciudadano común a la altura de Chacabuco al 900. La nueva edición de la Yamato Awake era claramente un mundo aparte, población de 1000 personas con un factor común: el amor por el manga y el animé. Durante nueve horas, se creó una nueva realidad, donde los grupos alternos freaks, acorde a los estándares sociales comunes, eran los incluidos. Ariel Sotomayor, presentador y coordinador de Awake, saludó al público desde arriba del escenario: “Bienvenidos a otro mundo.” Definitivamente, tenía razón.


Era la una de la tarde y los organizadores corrían desde la puerta exterior a la antesala, de la antesala al salón principal y de allí, vuelta a la puerta exterior. Una multitud de jovencitos observaban con impaciencia el ir y venir de los hombres y mujeres con camisetas naranjas. Los rostros reflejaban ya casi deseos homicidas y serias intenciones de utilizar alguna parte de la utilería de sus disfraces (en su mayoría, espadas de cartón forradas en papel aluminio y nunchakus de telgopor) como arma asesina y justiciera ante la espera. Finalmente, les dejaron pasar. El control exhaustivo de entrada por parte de los empleados de seguridad hacía evidente de que se trataba de un evento apto para todo público. La masa de jóvenes se apelmazó la antesala, donde los stands revelaban la naturaleza de la convención: desde pins hasta muñecos de tela tenían como motivo a la animación japonesa. Como en un bazar turco, se ofrecían una variedad de mercancía a precios no tan módicos. Stands de Pinsmaker, Neotokyo Store, Daicon Fansub y Coketo & Coketa exhibían DVD’s, remeras, katanas, tazas, y cualquier cantidad de objetos con las sonrientes caras de los personajes de series animadas como Naruto e, incluso, una gran variedad de miniaturas de la saga de “Crepúsculo”. También aquí estaba el Stand de Admisión para el concurso de AnimeKe, uno de los eventos principales de Awake, así como para el de Cosplay.


Con excepción de la sala principal, la planta baja, el subsuelo y el primer piso eran, en esencia, iguales: un conglomerado consumista de stands con productos básicos (y no tan básicos) para el fanático empedernido. Stands como Kimochi, Diva Mía y Génesis eran parte del rejunte de veinticuatro comiquerías que presentaron artículos para los fanáticos. Setsu, una de las co-fundadoras de Chibi Producciones, estaba sentada cosiendo una miniatura de Kero, una especie de osito alado de la serie Sakura Card Captors. “Amamos volver a los personajes tridimensionales. Y siempre tenemos el mejor recibimiento,” afirma Setsu, convencida de que acercar al fanático merchandise original y creativa es su labor personal y que “las convenciones son el lugar ideal para hacerlo.”


Desde la una hasta las tres de la tarde, se sucedieron pequeños microeventos, como el bloque de videojuegos y J-POP (pop japonés, para el entendido) como entrada para el plato fuerte: el AnimeKe. Éste es básicamente un concurso de karaoke tradicional con dos particularidades: sólo son válidas las canciones de animé, tokutatsu y super sentai que estén cantadas en idioma japonés. La participación en estos eventos es individual, abierta y libre, con posterior selección del primer puesto femenino y masculino.


El salón principal de Club974, una especie de enorme galpón con plataformas dispuestas rodeando un rectángulo central, brillaba con las seis enormes bolas de disco que se reflejaban en las dos pantallas gigantes a seis metros de altura. Opuesto a la pared de entrada, el escenario que ocupaba todo el ancho del salón fue el tablado para los artistas del AnimeKe. Durante una hora, las voces de Kyon, Phantom, Liz, Eva, Gonza y Ayelén fueron las protagonistas presentando canciones de las series más queridas, pogo y coreo del público incluido. A todo esto, cabe destacar la labor de Ariel Sotomayor, un tipo de Maestro de Ceremonias pelilargo e hilarante, que se deshacía en chistes y progresivas estiradas de tiempo y una o dos amenazas de desnudez.


Ante la decisión del jurado conformado por Santiago Yonamine, tecladista de la banda de metal bizarro Parraleños e Hideki Ito, ganador del AnimeKe en Brasil, Liz y Kyon fueron los ganadores y pasaron a la segunda ronda, la AnimeKe Stars. Liz, de 18 años, aún saltaba de alegría cuando bajó del escenario ante su primer participación y triunfo en el karaoke, diciendo que el “aplauso hace que te sientas bien con la gente en el escenario con vos mismo. Hay mucho respeto acá.” Kyon, el nombre artístico de Brian, de diecisiete años afirmó que hacía a un par de años que cantaba a modo amateur, pero que esta era su primera victoria. Como la mayoría de los cantantes del AnimeKe, Brian sonríe y comenta: “Me gusta el animé y la música que proviene del Japón y más allá del idioma, le noto algo destino al sonido de la música occidental, quizá algo más sentido.” Quizá porque se canta en japonés, pero sólo puedo adivinar.

Ante el llamado: “Se sortean dos entradas para el Daicon Masturi y propongo sortearlas así: las primeras dos personas que se presenten en calzoncillos… No, mentira, las cuatro personas que crean tener el mejor ringtone del universo, suban al escenario,” Sotomayor dio paso a la sección de sorteos, que decidió por “aplausómetro” que Gabriela Pellegrini, de diecinueve años, se llevara las entradas.
Otros de los platos fuertes del evento fue el show de Hideki Ito, ganador del AnimeKe en Brasil, donde el fenómeno está aún más asentado que aquí. Pleno de sonrisas, cantó durante una hora en perfecto japonés. En portuñol básico, Ito confirmó que estaba muy alegre de estar en Buenos Aires por segunda vez y participar en estas convenciones. Tan feliz estaba que regalaba caramelos a quién se encontraba.


Luego de un corto bloque de las canciones de presentación de las series más queridas, comenzó uno de los bloques más esperados: el torneo de cosplay. Para quien sea ajeno a esa realidad, el cosplayer es aquel que reproduce con la mayor exactitud posible (e imaginable) a algún personaje de comic, animé, manga o similar. En criollo, lo que comúnmente se denomina disfrazarse, pero con un coste mucho mayor. Nahuel y Sebastián, de catorce y dieciséis años, ataviados como los protagonistas de Vampire Knights gastaron alrededor de $400 en la confección de su vestuario. Otros más afortunados, como Camila, disfrazada de Candy Candy y estudiante de diseño de indumentaria, pueden elaborarlos achicando enormemente los gastos. Los ganadores del Cosplay fueron Sebastían Salgado, como Goku, en 1°Mejor Genera. Serena y Tuxedo Mask, del Team Sailor Moon, se llevaron el 2° Mejor General. El equipo de Vampire Knight como Mejor Team, mientras que Maholy Castedo como Eclair de Kiddy Grade el de Mejor Femenino. El Mejor Masculino fue para K’ de King of Fighters.


Una vez finalizado el furor de las treinta presentaciones de Cosplay, comenzó el bloque Bizarro, una suerte de varieté de extrañezas inconexas y humorísticas por las pantallas gigantes. Ante el cansancio popular, lentamente se fue evacuando el salón aproximadamente a las nueve de la noche. Es que no había sitio para sentarse, acostarse, reclinarse o apoyarse.


Los eventos como Awake dejan en claro cómo cada tribu social tiene sus ritos y sus preferencias. Más allá de la devoción a la serie animada o al comic, hay toda una implicación cultural que se acarrea con su lectura, estilos de vida que se acatan. El cosplay no es más que una expresión al límite de este hecho. La realidad es que este apego a la cultura oriental, tan extraño en un contexto “normal” y que se denomina peyorativamente freak, se torna lo aprobado y esperado en un evento como éste, donde cada bloque está pensado para satisfacer a un público con esas características. Más allá de toda la belleza artística, estética o gastronómica, eventos como Awake muestran con claridad cómo el excluido se vuelve el incluido en esta nueva realidad. Lástima que dure nueve horas.